sábado, 28 de julio de 2012

Medallas para atletas con alma de oro

Empezamos las Olimpiadas de Londres 2012. Muchos son los comentarios que van y vienen, las apuestas por los mejores, las críticas y alabanzas a la ceremonia de inauguración. Un evento planetario ha entrado a nuestro verano, condicionando –para bien o para mal– nuestras vacaciones. 

Permítanme, sin embargo, una observación. Porque yo debo de ser un poco especial. Por lo menos, así me lo ha comentado recientemente un amigo cuando terminamos de ver la final de Wimbledon este verano: intensísimos momentos, tras los cuales Roger Federer venció al inglés Andy Murray 

Disfruté el partido como nunca, pero saboreé mucho más las lágrimas de triunfo de Roger al final de la tensión deportiva. Ese sencillo llanto de emoción nos desnudaron la auténtica figura que realmente es.

No cabe duda: el mundo del deporte es un universo explorado muy en la superficie. En él, hombres y mujeres del mundo son puestos en la palestra de la fama para que nos doblemos ante ellos. No obstante, la mayor parte de las veces los balones, los bates y las raquetas nos ocultan el verdadero rostro de cada personalidad.  

Admiramos a un Messi por su increíble manejo del balón, pero no podemos adivinar si disfruta o no de un bello paisaje; nos impresiona el temple de Fernando Alonso en la Fórmula Uno, pero poco sabemos de sus aficiones más personales; siempre admiramos las piruetas de los gimnastas artísticos chinos y, sin embargo, desconocemos si les apasiona un helado de chocolate. 

Por eso me emociona ver esos momentos en los que aparece el ser humano detrás de la máscara, detrás del velo en el que a veces les ocultamos. Ahí, los deportistas demuestran que son seres humanos como cualquier otro. 

A Bobby Moore, por ejemplo, una de las grandes estrellas del fútbol inglés, se le recuerda por su caballerosidad. ¿Cómo olvidar aquella vez cuando el árbitro recibió un balonazo en la cara y cayó inconsciente? Bobby tomó el silbato y paró el juego para que entraran los médicos. Incluso la Reina de Inglaterra, al darle la Copa del Mundo en 1966, se admiró al ver a Bobby limpiándose las manos antes de saludarle y así no manchar las suyas.  

Otro astro, el ciclista español Miguel Induráin, peleó años enteros en el Tour de Francia. Consiguió el título cinco años consecutivos, superados sólo por el estadounidense Lance Amstrong. Siempre se distinguió por su bondad con todos, como cuando dejaba que otros de su equipo ganasen alguna etapa. Pero el título más hermoso de su vida es su familia y su fe católica, en donde Induráin nos demuestra dónde se es un auténtico campeón. 

Estos momentos son los que más gozo del deporte. Claro que admiro una parada de Iker Casillas, la espectacular velocidad de Ussain Bolt o los increíbles saltos en la canasta de Kobe Bryant. Pero yo daría los verdaderos premios cuando las ocasiones de la vida les hacen despojarse de la “apariencia” para mostrarnos su faceta auténtica. Momentos como éste de Meghan Vogel, por ejemplo (en inglés):

El mundo del deporte, en definitiva,  también nos abre una orilla cálida y humana. ¡Caramba!, no cabe duda que sí soy un poco especial después de todo; pero estoy muy orgulloso de serlo.

1 comentario:

  1. ¿Acaso no sabe la explotación de ellos cuando solo eran unos niños para ganar un pedazo de oro? y si no lo ganabamn, son ridiculizados y humillados. fueron humillados, sobajados y hasta torturados solo por quedar bien ante su país

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