Osama Bin Laden lo ha logrado de nuevo: vuelve a ser noticia. Su muerte no ha dejado indiferente a ninguno. Todos han querido opinar: políticos, comerciantes, pensadores, periodistas. Hasta la gente del pueblo ha celebrado con banderas su paso a la eternidad. Y en medio del frenesí, la mayoría coincide en dar la enhorabuena al gobierno estadounidense.
Tal vez por ello ha causado extrañeza la reacción del P. Federico Lombardi, portavoz vaticano. Su respuesta, sencilla y clara, ha dejado atónito a más de uno: «Un cristiano no se alegra nunca por la muerte de otro ser humano».
Pero, ¿se da cuenta este buen cura italiano de lo que está diciendo? Estamos hablando de Bin Laden, el enemigo número uno más buscado por Occidente, el autor intelectual de los atentados del 11 de septiembre en Estados Unidos y de muchos otros a lo largo de su vida, un asesino sin escrúpulos…
No creo que el P. Lombardi sea tan ingenuo como para no darse cuenta de la importancia del jefe de Al Qaeda. De hecho, sus mismas palabras responden a esta objeción: «Osama Bin Laden –como todos sabemos– fue el grave responsable de promover la división y el odio entre la gente, causando la muerte de incontables vidas inocentes y haciendo uso de la religión para conseguir su fin». Y, ¿entonces por qué no alegrarse de su muerte?
El beato Juan Pablo II nos alertó en años pasados con una de esas frases dignas de grabarse en cualquier frontispicio de una sede de gobierno: «La violencia jamás resuelve los conflictos, ni siquiera disminuye sus consecuencias dramáticas».
No, no podemos matar a gente como Bin Laden con el odio o la violencia. Como cristianos estamos llamados a neutralizarle con nuestro perdón, a borrar sus obras con nuestra coherencia de vida, a luchar con nuestro apostolado y oración, a matar su odio con nuestro amor. San Pablo nos lo recordaba en su carta a los romanos: «No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el bien».
Y tal vez sea por eso que, entre todos los mensajes que he leído hoy en Facebook, el que más me ha llenado ha sido el de Jimena, una chica mexicana de 16 añitos; sus cándidas líneas han sido la mejor sentencia de muerte que se ha escrito contra quienes, como el talibán muerto en Pakistán, intentan sembrar el odio en esta tierra: «¡¡Osama Bin Laden ha muerto!! Rezaré por él...».
Muy buena entrada, gracias.
ResponderEliminarAntes que otra cosa deberíamos reflexionar sobre el hecho de que Bin Laden no fue el autor intelectual del atentado de las torres. Quizá este personaje ni siquiera exista. Todo este tango mediático me suena más a desviar la atención del público sobre los verdaderos temas de interés (por ejemplo: la beatificación del Papa Juan Pablo II). Hay infinidad de evidencias que ponen en tela de juicio los supuestos ataques terroristas por un grupo de árabes en camellos. Recomiendo que lean El Descrédito de la Realidad de Joaquín Bochaca.
ResponderEliminarMe gustó mucho esto y al final me quedo con la frase "NINGUN SER HUMANO (E.U.A), DEBE ESTAR FELIZ POR LA MUERTE DE OTRO SER HUMANO". Saludos y espero que el P. Juan A. Ruiz J L.C siga escribiendo, que leerte es algo enriquecedor.
ResponderEliminarMil gracias a todos por sus comentarios.
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