Entre Luis y Curro existen diferencias evidentes. Nadie con un poco de sentido común los podría poner en el mismo nivel de importancia. Cada uno lleva su propio estilo de vida y ninguno de los dos sería capaz de llevar a cabo empresas del otro. Son, lo que se dice, antagónicos.
Luis siempre camina alegre y entusiasta y se lanza a unos objetivos muy claros. Estudia derecho en la Universidad, no sin ciertos problemas, pero lo bastante como para salir a descansar los fines de semana. Capitanea el equipo de fútbol, le encanta la música de Shakira y Coldplay y presume, con razón, de una novia guapísima. Es religioso: va a misa los domingos e incluso recibe de vez en cuando la comunión entre semana. Todo le sonríe en la vida.
Curro, por su parte, vive feliz de un modo totalmente diverso. No ha estudiado y ni se le pasa por la cabeza hacerlo. Vive de lo que le dan de comer. Ha cortejado a numerosas compañeras y con ninguna se decide a establecerse. Detesta la música y sólo corre cuando está en peligro. De religión no sabe nada y no parece importarle mucho. No obstante, cuando se le llama siempre acude dispuesto y cariñoso.
A pesar de estas desigualdades, la vida de estos dos personajes confluyeron en un accidente de coche. Luis manejaba alegre, y un poco distraído, cuando Curro se le atravesó de repente. El pobre Luis giró el volante lo más que pudo, pero alcanzó de lleno al caminante; desgraciadamente, esta maniobra lanzó al coche contra un poste de luz. Ambos quedaron muy gravemente heridos.
Cuando llegaron las ambulancias, los paramédicos atendieron a Luis y a Curro. Al ver el cuerpo de este último se dijeron: «No hay nada que hacer; mejor vamos a matarlo para que no sufra». Y todos parecieron de acuerdo.
Pero cuando llegaron a Luis hicieron todo lo imposible por salvarle. La situación era más difícil que la de Curro, pero los esfuerzos por salvarle la vida fueron mayores. Por fin, lograron cerrar las heridas y parar las hemorragias y lo llevaron de urgencias al hospital. Al día siguiente anunciaron a su familia la negra noticia: acabaría pronto. Luis se había convertido en un enfermo terminal. No obstante, nadie pareció sugerir darle muerte. A los tres días, no sin grandes dolores, pero rodeado del cariño de su familia y amigos, Luis murió con una sonrisa dibujándole el rostro.
Tal vez alguno ya adivine la diferencia sustancial entre Luis y Curro. Es una que muchas veces no se quiere tener en cuenta en muchos ámbitos, sobre todo entre quienes quieren ver la eutanasia como un método legal. Luis era un muchacho alegre y joven, mientras que Curro, el buen Curro, era el perro de una pobre viejita. ¿Ven ustedes la diferencia? ¡Cualquiera, con un poco de sentido común, la vería, incluso en los momentos más difíciles! Ojalá que también hoy queramos darnos cuenta que, enfermos terminales o no, siguen teniendo una dignidad que nadie debe quitarles.
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