jueves, 29 de marzo de 2012

Los hijos de la monja

«¿Por qué los curas y las monjas no pueden casarse y tener hijos?». Ésta fue la pregunta que me lanzó el otro día una joven de 17 años, con ojos exigentes, deseando una respuesta a su gran interrogante.

En ese momento le dije que, en realidad, se hacía una opción de vida. Sí, el matrimonio es hermosísimo y la Iglesia misma no se cansa de defenderlo. Pero los sacerdotes y las monjas deciden, por voluntad propia, renunciar a este don para dar su corazón no sólo a un hombre o a una mujer, sino a Dios y a todos los hombres.

Unas semanas después, me di cuenta que no dije toda la verdad: los curas y las monjas sí tienen hijos. ¡Cómo no se me ocurrió comentarle el hecho de Sor Anne Thole!

viernes, 23 de marzo de 2012

El proceso de Kim Phuc al perdón: bombas, cicatrices, incomprensiones y un abrazo

¿Qué reacción tendrías si te encontrases delante de quien ha asesinado a tu familia? Si el parámetro de nuestras acciones lo marcara lo que Hollywood u otros modelos nos facilitan, la respuesta sería obvia: «¡Denme una pistola inmediatamente, que pienso matar a este desgraciado!». Es algo comprensible, después de todo. Pero la respuesta de Kim Phuc a este dilema fue diametralmente opuesta. 

Vietnam, 8 de junio de 1972. Un consejero militar estadounidense coordina el bombardeo de la aldea en que Kim vive; las bombas contienen napalm, un combustible gelatinoso que, en palabras de Kim misma, se siente como «quemarte con gasolina por debajo de la piel». En ese entonces, ella contaba con sólo nueve años y la foto en que aparece corriendo desnuda por un sendero y llorando, con el cuerpo quemado por el napalm, se convirtió en un símbolo.  

Tras huir de aquel infierno, en donde toda su familia perdió la vida, tuvo que recorrer otro igualmente terrible: catorce meses de recuperación por las gravísimas quemaduras, con diecisiete operaciones y catorce años posteriores de terapia. 

martes, 20 de marzo de 2012

El camino de Devin Rose: ateo orgulloso, agnóstico deprimido, protestante dudoso, católico ferviente

Devin Rose nació en una familia de tradición cristiana, entendiendo con eso que lo eran sólo de nombre. De hecho, en casa le habían inculcado que los hombres provenían de una evolución del “fango original”. Por eso, no es de maravillarse que en su adolescencia, una vez obtenido el uso de razón, Devin se haya declarado con orgullo no creyente. Había nacido un ateo.

Su paso por la escuela secundaria le ayudó a envalentonarse aún más en esta posición, dado el supuesto amplio consenso de sus compañeros en este campo. Pero al llegar a la universidad, algo pasó. A pesar de tener éxito en aquello que realizaba (buenas notas, una novia bonita, el amor de su familia, un montón de amigos, …) había algo que no funcionaba: «empecé a ser devorado por la ansiedad», cuenta él mismo. 

«Me ponía nervioso en las reuniones sociales, en los restaurantes, en el cine; incluso estando en clase. Mi estómago se agitaba y tenía miedo de tener que salir corriendo de la clase, poniéndome en ridículo delante de todos».

viernes, 16 de marzo de 2012

«¿Por qué buscas entre los muertos al que vive?»: la frase a lápiz de Marco Gallo la noche antes de morir

Monza, Italia. Un edificio blanco al lado de Villa Reale. Desde el parque, la niebla de la mañana se levanta, derritiéndose junto al edificio que, durante casi 18 años, fue la casa de Marco Gallo. Tras el accidente que se llevó a Marco la mañana del 5 de noviembre de 2011, se entra en estas paredes con pudor. La primera cara que uno se encuentra es la de la joven y guapa madre, Paola, cuyo semblante se oculta tras un velo que, instintivamente, se retrae ante cualquier pregunta. El padre es ingeniero; ella, profesora. Dos hijas: Francesca y Verónica, de veinte y catorce años. Todos, pertenecientes al Movimiento Comunión y Liberación; todos testigos de un testimonio único: el de su hijo y hermano.

Marco cursaba el último curso de secundaria. Un buen tipo: es el que sonríe en las fotos pegadas con imanes en la nevera de la cocina. El PC de su escritorio está siempre encendido, repleto de imágenes. Como la de aquellas vacaciones en California «en la carretera»: Marco obligó a la familia a recorrer cientos de kilómetros para ver el árbol más antiguo de Estados Unidos, una conífera que brotó hace 4500 años. Al verlo, sus palabras brotaron con entusiasmo: «¿Se dan cuenta? Este árbol ha vivido durante 4500 años».

Así era Marcos: anhelaba las cosas que durasen para siempre. Tenía un cuaderno titulado «Hipótesis sobre el deseo de la felicidad», en donde escribió con su letra pequeña: «Necesitamos una respuesta actual y eterna». 

martes, 6 de marzo de 2012

Julio Derbez del Pino y el intruso llamado cáncer que le rencontró con Dios

La epidemia de nuestro siglo, la peste de la sociedad actual, la pesadilla de los hombres de hoy. Son algunos de los calificativos del cáncer, enfermedad que, efectivamente, trae con quebraderos de cabeza a los científicos del mundo entero ya que, según estadísticas presentadas por diversos estudios, sólo en Estados Unidos 565,000 pacientes mueren al año. Pero, aunque reconociendo la maldad de todo esto, para Julio Derbez del Pino el cáncer significó un giro inesperado en su vida: el rencuentro con Dios. 

Nacido en la Ciudad de México hace 48 años, Julio es periodista, autor de novelas y funcionario público. Todo parecía sonreírle en la vida… hasta que le diagnosticaron un cáncer primario de pulmón. Vinieron los miedos, las citas médicas, las preguntas. Julio dejaría de lado todo eso y lucharía contra el “intruso”, como llamará a su enfermedad, con valor, vida familiar y, cosa sorprendente para él, con una mayor cercanía a Dios.  

«Siempre pensé que la Iglesia era para los débiles y los convenencieros. Pero cuando sentí la necesidad de acercarme porque me fortalecería, creyéndome un hombre absolutamente débil, decidí de nueva cuenta acercarme a la Iglesia».