jueves, 5 de mayo de 2011

El átomo acomplejado

Einstein dijo una vez una frase que me parece la radiografía de nuestra sociedad: «¡Triste época la nuestra! Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio».

Y parece que uno de esos prejuicios es afirmarse abiertamente como católico. Recuerdo, por ejemplo, una vez que salí a comer con unos amigos. Cuando íbamos a rezar antes de la comida, uno de los presentes dijo: «¿Qué van a pensar los demás? ¡Hagámoslo en privado!». Un buen amigo le contestó: «Mira, si a esos novios de la mesa de enfrente no les da vergüenza besarse, acaramelados, en público, ¿por qué me va a mí darla el rezar?».

Esta vivencia abierta de la fe parece estar en peligro de extinción. Es por eso que me ha entusiasmado leer un reportaje, que resumía una entrevista televisiva a tres personajes famosos de Estados Unidos –dos escritores y un entrenador de béisbol– que han contado la influencia de la fe en sus vidas.

De estas lecturas se desprende un testimonio vivo y espontáneo. Y nos invitan a vivir con «una fe profunda», como dice una de las escritoras, Mary Higgins Clark, «que te toma de la mano cuando estás caída y te lleva a enfrentar todas las vicisitudes que te plantea un destino incierto». Y concluye: «No sé cómo la gente puede sobrevivir sin fe».

Y este creer no son sólo palabras, sino que se traduce en obras. Jack McKeon, quien entrenó al equipo de béisbol The Marlines de Florida, nos presume cómo va todos los días a misa antes de ir a entrenar y su devoción a Santa Teresita de Lisieux;  asegura que, por la intercesión de esta santa, llegó a dirigir a un equipo campeón de Grandes Ligas.

A mí, tengo que confesarlo, me da una cierta envidia. Me entran ganas de aferrar las solapas del mundo y sacudir el acomplejamiento que llevamos a cuestas. Algo que el Beato Juan Pablo II hizo con su vida. Benedicto XVI nos lo recordó en la homilía de beatificación: el papa polaco «ayudó a los cristianos de todo el mundo a no tener miedo de llamarse cristianos».

Será esta valentía, esta coherencia de vida la que nos lleve a obrar lo que aconsejaba Von Hügel: «Cuando el cristianismo es odiado por el mundo, la hazaña que al cristiano le corresponde realizar no es mostrar elocuencia de palabra, sino grandeza de alma». Una grandeza que, si la fomentamos, brotará con la misma soltura con que sale la respiración de nuestros pulmones. Así desintegraremos ese átomo acomplejado que parece atenazarnos el alma.

3 comentarios:

  1. Quien quiera ser un salmon... que no tenga miedo a salir del agua si quiere llegar arriba...

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  2. Muy bien, le sugiero una cuenta en facebook, así es más fácil seguir los blogs... por lo menos es lo que a mi mejor me está resultando, pues pasar por todos los que me interesan es casi imposible, el facebook veo "los titulares".

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  3. Estimada Paulina: gracias por su consejo. De hecho, ya tengo una cuenta en Facebook y ahí publico estos mismos artículos. Y, como seguramente ha visto, también en Buenas Noticias los publico, si es la ocasión.

    Le encomiendo.

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