«Cuando estamos enfermos, cuando el terror psicológico o físico se apodera de nosotros, cuando nuestros hijos mueren en nuestros brazos, gritamos. Que ese grito resuene en el vacío, que sea un reflejo perfectamente natural, incluso terapéutico, pero nada más, es casi imposible de soportar».
Estas líneas de George Steiner han revoloteado en mi interior al ver una imagen que se ha reproducido por internet con los atentados terroristas más grandes de toda la historia (gracias a Bin Laden y compañeros). Repasando, recordé mi estancia en Madrid y las caras pintadas de sufrimiento y angustia que sellaron el 11 de marzo de 2004, y que aún nos persiguen como fantasmas de ultratumba.
Mientras me revolvía en estos pensamientos, cayó en mis manos un artículo de Cristina López Schlichting. En él reproduce el testimonio de los padres de una de las víctimas; y lo hace casi sin tocarlo, como para no violar su pureza. Transcribo un párrafo que vale la pena, pues es una auténtica joya:
«A pesar de todo el dolor de nuestro corazón, estamos experimentando la ternura del Padre a través de las innumerables personas que han llorado con nosotros. Os pido una oración, no por mi hijo, que ya está con el Padre, sino por los asesinos de hecho y los que han manejado los hilos, para que lleguen alguna vez a encontrar el amor que necesitan para curar su mal. Nosotros hemos prometido ante su cadáver que lucharemos por lograr, aunque sea una pizca, que esta lacra se extinga. Somos más los que amamos, ¿nos van a poder?».
Casi estoy tentado a no escribir nada más: el hecho habla por sí solo. ¡Cuánta fe de estos padres! Porque no me pueden negar que es la fe en Cristo la que los sostiene. Si no fuera así, llegarían a la conclusión de que tanto dolor es «casi imposible de soportar», como refería Steiner. Pascal lo resumió admirablemente cuando dijo que «sólo existen dos clases de personas razonables: las que sirven a Dios de todo corazón porque le conocen, y las que le buscan de todo corazón porque no le conocen».
¡Benditos sean esos queridos padres! Desde aquí nos unimos a su pesar, pero, sobre todo, les agradecemos el coraje con que inundan el desierto que a veces creamos por una visión pobre de la vida. Y además, nos lanzan un reto: «Somos más los que amamos, ¿nos van a poder?». Aquí está el desafío y el mundo está muy pendiente de nuestra respuesta.
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