
Permítanme, sin embargo, una observación. Porque yo debo de ser un poco especial. Por lo menos, así me lo ha comentado recientemente un amigo cuando terminamos de ver la final de Wimbledon este verano: intensísimos momentos, tras los cuales Roger Federer venció al inglés Andy Murray.
Disfruté el partido como nunca, pero saboreé mucho más las lágrimas de triunfo de Roger al final de la tensión deportiva. Ese sencillo llanto de emoción nos desnudaron la auténtica figura que realmente es.