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martes, 24 de enero de 2012

Un periodista santo a los periodistas que buscan serlo

Hoy es la fiesta de San Francisco de Sales y todos los periodistas -y los que jugamos a serlo- celebramos orgullosos a nuestro patrono. Quisiera, por ello -y en honor a este gran santo- compartir con todos ustedes el testimonio de su vida, muchas veces opacada y olvidada. Espero que sirva de aliento y entusiasmo para todos los que nos dedicamos a la predicación del Evangelio en este mundo 2.0...

Francisco nació en 1567 de una noble familia de Saboya. Nació prematuramente y ello le acarreó problemas de salud, pero fortaleció su voluntad y se animó a estudiar con mayor ahínco. Estudiaba en el colegio jesuita de París. Era un joven prometedor y por ello, cuando escogió la carrera eclesiástica después de estudiar Derecho civil y eclesiástico en Padua, su padre se opuso rotundamente. Sólo pudo convencerlo después de asegurarle que haría carrera dentro de la Iglesia. Tras ser ordenado en 1593 se dedicó intensamente a la labor de predicación y administración de los sacramentos.

Eran tiempos difíciles y, debido a la reforma protestante, discusiones y divisiones en la Iglesia eran comunes y con facilidad se recurría a las armas para solucionar los conflictos. Francisco se ofreció para intentar convertir a los calvinistas de la provincia de Chablais. Sin embargo, se encontró con que la labor que podía realizar desde el templo era muy reducida, pues no había mucha asistencia a las celebraciones litúrgicas. Comenzó entonces a imprimir folletos de catequesis y apologética y a dejarlos debajo de las puertas de sus feligreses, buscando evitar a toda costa que se recurriera a medios violentos como los que le proponía el duque de Saboya. Así nació su libro de «Controversias». No obstante todo su esfuerzo tuvo que esperar un año antes de ver las primeras conversiones. 

Cuando le nombraron obispo coadjutor, tuvieron que esperar a que el santo, agotado por el trabajo realizado en Chablais, se recuperara. Posteriormente se dirigió a Roma donde recibió grandes elogios del Papa y el nombramiento oficial como coadjutor. Cuando murió el obispo de Ginebra, Francisco le sucedió entregándose de lleno a la conversión de los protestantes. 


Junto a la oración y al sacrificio, el apostolado de la catequesis y de la predicación eran sus armas más eficaces y por eso decidió dejar por escrito cuanto anunciaba desde el púlpito. Nacieron así sus libros de vida espiritual, que más tarde le darían el título de Doctor de la Iglesia: «Introducción a la vida devota» y «Tratado del amor de Dios», son sus dos obras más conocidas. Se dice que durante su vida logró convertir a más de 60.000 calvinistas. Su principal método consistía en la bondad de corazón, teniendo siempre presente aquella máxima de que «más atrae una gota de miel que un barril de vinagre».

Le tocó introducir en su diócesis las reformas del Concilio de Trento. Era una diócesis pobre y, por ello, en atención a su fama de santidad el rey Enrique IV quiso ofrecerle otra más rica. Francisco le respondió sin más: «majestad, estoy casado; me he desposado con una pobre mujer y no puedo dejarla por otra más rica». Además de predicador fue también un gran director espiritual, bajo su guía se pusieron, entre otros, san Vicente de Paúl y Juana Francisca de Chantal, fundadora de la Orden de la Visitación.  

Agotado por su trabajo incansable y caritativo en favor de la iglesia falleció en 1622. Supo expresar en palabras sumamente sencillas y comprensibles para todos, lo que era la santidad: «Lo que nos hace santos y agradables a Dios es lo que nuestra vocación nos exige, y no lo que escoge nuestra propia voluntad… Algunos se atormentan buscando la manera de amar a Dios. Estas pobres almas no saben que no hay ningún método para amarle fuera de hacer lo que le agrada».

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