No, no es una triste copia de la canción de Juan Luis Guerra («El Niágara en bicicleta»). Tampoco es una fábula o el título de un libro de superación personal, aunque mucho de eso también está presente. Es, sencillamente, la última proeza de un gran ser humano: el estadounidense Chris Waddell, paralítico de la cintura para abajo.
Pero Chris no nació así. Apasionado del deporte, Chris era una de las grandes promesas de su país en el mundo del esquí, siendo él apenas universitario. Sin embargo, su vocación de esquiador quedó frustrada en marzo de 1988, cuando un terrible accidente le fracturó la columna vertebral.
Con ese hecho, todo lo que antes había dado sentido a su vida parecía desvanecerse sin remedio. Algunas personas incluso se lo dejaron muy claro. Así lo relata el mismo Chris a un grupo de estudiantes de Brunswick Academy en una conferencia: «Mi médico me dijo que no podía irme del hospital mientras no hubiese caído en depresión. “De verdad”, le dije. “No sabía que fuese parte del proceso. Y ¿qué tengo que hacer?”. Pero él, en realidad, sólo veía mis limitaciones, lo que había perdido. Y por eso, tenía que deprimirme, como resultado».
Pero Waddell no tenía tiempo para ello: «Tengo que volver a mi vida». Y su vida era el mundo del deporte. La gente intentó detenerlo: «las personas que venían a verme me aconsejaban meterme en informática. ¿Por qué? Porque a partir de ese momento iba a estar sentado siempre. Como si mi vida sólo se fuese a limitar a lavar perolas nada más o algo así. Ellos también sólo veían las limitaciones».
Así fue entonces como Waddell sacó adelante lo mejor de sí, gracias también al apoyo de su familia y de sus amigos. Con grandes luchas y mucho trabajo personal en fisioterapia, volvió al mundo del esquí, en esta ocasión con un monoski especializado. Cargado de esfuerzo, caídas y levantadas, dos años después el equipo de esquiadores paraolímpicos lo llamó para representar a los Estados Unidos en Albertville (Francia), donde se colgó dos medallas de plata.
De ahí, su carrera olímpica fue en ascenso: Lillehammer 1996, Nagano 98 y Salt Lake City 2002. ¿El resultado? Doce medallas en el cuello: cinco de oro, cinco de plata y dos de bronce, convirtiéndose en el que más ha ganado en la historia de su especialidad.
Su sueño parecía realizado y más cuando se retiró después de la última olimpiada en el 2002, tras once años de participación ininterrumpida. Pero su espíritu inquieto y sus deseos de superarse no le dejaban tranquilo. Por ello, en el 2009, Chris volvió al deporte, pero esta vez lanzándose a una odisea: escalar el Kilimanjaro. Y lo logró, convirtiéndose, además, en el primero que lo hizo sin ayuda.
Hoy Chris cuenta con 43 años y dedica su vida al trabajo en el mundo paraolímpico y a dar conferencias de superación a lo largo del mundo. El mejor resumen de su vida lo dio justamente en una de estas charlas, cuando relató un encuentro que tuvo con una niña pelirroja de seis años en el portal de su casa. Así lo cuenta él mismo:
«Fui a recoger mi correo y una niñita que pasaba en su bicicleta se detuvo delante de mí. Mirándome, me dijo: “¿Qué le pasó a tus piernas?”. Tuve que contarle toda mi historia o nadie más se la diría; y le conté todo: mi accidente, la rotura de mi columna, etc. […] Ella me dijo: “¿Entonces no vas a poder caminar de nuevo?”. “Supongo que no”, le respondí. Y entonces ella se alejó y, mientras lo hacía, me dijo: “¡Qué pena!”. Me hubiese gustado detenerla. Porque si no hubiese sido por mi accidente, no hubiese sido el mejor del mundo en algo, no hubiese conocido a presidentes y personalidades importantes […] La niñita vio la tragedia, pero no vio su don potencial».
Algo que Chris Waddell siempre ha intentado ver en cada momento de su existencia.
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