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jueves, 26 de mayo de 2011

Titulares olvidados de gente que vale la pena

Leer los titulares de un periódico puede ser peligroso para un suicida. Es deprimente repasar las historias que los grandes semanarios nos brindan: robos, políticos corruptos, muertes en guerras, la eterna África olvidada, narcotráfico en México, … Ya veo la soga atándose al cuello de muchos.

¿Por qué nos empeñamos en hurgar en la herida? Parece que nos regodea la contemplación del mal de nuestra sociedad. ¿Y todo el bien? ¿No es noticia?

¿Qué me dicen de lo que le pasó a Juan Fábregas? En un viaje que hizo a Italia, salió un sábado por la noche a una discoteca, en donde disfrutó de lo lindo. Al final, y cuando estaba saliendo de la discoteca, un joven enorme, «de más de dos metros» me contaría Juan, con mirada amenazadora y con una melena que le llegaba hasta la mitad de la espalda, le señaló con la mano y le empezó a gritar cosas para él ininteligibles.

«Al ver a aquel animal detrás de mí –me refería cada vez más excitado– no me lo pensé dos veces: salí corriendo como nunca lo había hecho en mi vida». El otro le siguió un par de metros, pero al ver que Juan era más rápido, desistió en su intento.

A la mañana siguiente, el timbre del teléfono sacó a Juan de sus sueños. ¡Sorpresa! No era otro que el tipo aquel que le “persiguió” la noche anterior. ¿Qué había pasado? «Al salir de la discoteca, se me calló mi cartera, con todo mi dinero y alguna tarjeta de crédito. Este joven lo vio e intentó decirme en italiano que se me había caído. Al no comprenderle y ver su aspecto, salí corriendo. Y este chico buscó por todos los medios localizarme y pudo hacerlo por la tarjeta de teléfono que yo había comprado el día anterior. Vio mi teléfono y me llamó».

Al principio, Juan pensaba que algo se le iba a “perder”. «Sería muy sencillo que este melenudo tomara algo y ya». Pero su sorpresa fue mayúscula al encontrar absolutamente todo su dinero. Se le quedaron los ojos cuadrados. La honestidad del chico era tan grande como su melena… ¿No es esto un notición?

¿Y lo de aquel padre de familia numerosa de Chile? Esa mañana, se acercó a la escuela de sus hijos. Quería ver la forma de negociar un poco con la dirección, pues ese semestre no había podido pagar casi nada de las colegiaturas. Cuál no fue su sorpresa cuando se encontró que otra familia ya había pagado todo: libros, colegiatura, comidas, transporte, etcétera.

«Pero, ¿cómo? ¿está segura, señorita? ¿cuándo y por qué?». Una cándida risa respondió a todas estas preguntas. Por fin, tras reponerse un poco del susto, pidió el nombre de la familia, para agradecerle. De nuevo aquella pícara y cómplice sonrisa se dibujó en el rostro de la secretaria y contestó: «Lo siento, pero no puedo dárselo. Es la condición que nos han pedido: quieren permanecer en el anonimato». ¿No es esto algo digno de una primera página?

Estoy seguro de una cosa: hay mucha gente que se merece el honor de la letra impresa de los periódicos, y que casi nunca aparece en ellos. Auténticos santos. Gente que todos los días se levanta, con heroísmo, para ir a trabajar. Gente que lucha a diario por ser coherente. Gente que sufre con una sonrisa en su rostro. Hombres, mujeres, niños, ancianos... Gente de buena voluntad, gente que cree, ama y espera. Los santos de aquí abajo: los que suben y bajan las escaleras, los que leen el periódico, los que van a la discoteca. Y cuántas veces ni nos percatamos de ellos.

Tengo la gran ilusión de pensar que en el cielo, darán los “Óscar” de la eternidad a toda esa buena gente, protagonista de estas noticias, que muchas veces “sólo” se dedicaba a amar.

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