Dicen que la historia es maestra de vida. O debería serlo. Por eso siempre me ha gustado leer la vida de grandes personajes de nuestro tiempo: para aprender de lo que sus existencias nos han dejado y poder usarlos como faros en medio de un mundo que se obstina en perderse en el camino. De entre los diversos volúmenes que han caído a mis manos últimamente, ninguno me ha golpeado tanto como el de Escritores Conversos, de Joseph Pierce. Sus páginas van desgranando personalidades de la Inglaterra de inicios del siglo XX que descubrieron a Dios en algún momento de su vida. Figuras como Oscar Wilde, G. K. Chesterton, Ronald Knox, C. S. Lewis o Dorothy Sayers golpean la conciencia de quienes vamos descubriéndolos y nos fascinan con la provocadora fuerza con que Dios entra en sus vidas.
De todos esos personajes, tal vez ninguno impresiona tanto como Hilaire Belloc. Polémico por naturaleza y poseedor de un magnetismo arrollador, Belloc no dejaba indiferente a nadie. Y él era consciente de ello. Por eso, y queriendo influir lo mejor posible en su entorno, se presentó en 1906 a las elecciones generales en South Salford. Los rivales conservadores de Belloc (él se presentó por el Partido Liberal) le recordaban continuamente su fe católica y su nacionalidad francesa; de hecho, adoptaron como eslogan esta sugestiva frase: "No voten a un católico francés". Y Belloc respondió en su primer mitin con su estilo característico, levantándose y dirigiéndose en estos términos a un auditorio repleto:
Caballeros, soy católico. Siempre que puedo, oigo Misa a diario. Esto [y extrajo un rosario de su bolsillo] es un rosario. Siempre que puedo, me arrodillo a diario y paso las cuentas. Si me rechazan por causa de mi religión, le daré gracias a Dios por haberme librado de la deshonra de representarles a ustedes (Robert Speaight, The Life of Hilaire Belloc, Londres, 1957, p. 204).
Después de un instante de estupefacción, la gente estalló en aplausos. Y Belloc ganó las elecciones.
Al concluir de leer esta anécdota, no he podido dejar de pensar en las elecciones que tendrán lugar en España el próximo 20 de noviembre y las que acontecerán en México el próximo año. Y por un momento soñé en políticos como Belloc, coherentes con lo que viven, deseosos de ayudar al pueblo, defensores de los valores más elementares, que no se venden al mejor postor por un puñado de votos. Y también soñé en un pueblo que sabe elegir a sus políticos, que les exige, que su coherencia de vida estimula a los representantes de su Gobierno, que vota por quienes sabrán gobernar con coherencia y defendiendo aquellos valores elementales de toda sociedad.
Éste es mi sueño ante las elecciones de la próxima semana en España y las del año que viene en México. Y estoy seguro que muchos de los lectores que han repasado estas líneas lo comparten. Y si algún político ha llegado hasta este momento del artículo, les animo con el corazón y en nombre de muchas personas a gobernar como deben. Al estilo de personas como Hilaire Belloc.
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