Cualquier corredor profesional sabe que el ritmo que se dé a la caminata debe ser siempre constante. No se puede uno detener, porque llega el cansancio o el sofoque pues, tarde o temprano, se acaba por dejar la marcha. Esto es lo que las virtudes hacen en la vida espiritual: ayudan a caminar constantemente por la vía de la perfección. Y, ¿se puede ser perfectos? Sí, pero al modo humano. ¿Es decir? Que se puede ser perfecto, pero con defectos y caídas. No podemos ser santos como Dios o como los ángeles. Tampoco somos máquinas que nos dan una orden de “no pecar” y ya. No. Nosotros caemos y nos levantamos. Y, sobre todo, buscamos amar. Esa es la perfección humana.
Pero en este recorrido, necesitamos continuamente de ayuda: somos, si se me permite la expresión, discapacitados de la gracia. Sin Dios, nada podemos hacer. Y por eso Él nos concede su ayuda constante.
En la primera parte de este artículo, analizábamos las virtudes cardinales, esa colaboración nuestra en nuestro camino de santidad. Hoy veremos las virtudes teologales, el punto de encuentro entre Dios (que nos las regala) y nosotros (que debemos cultivarlas). Ellas son el empuje de Dios para nuestra carrera; la savia que riega toda la planta de nuestra vida.
Aquí va, pues, esta segunda parte de esta exposición musical sobre las virtudes.
II. Virtudes Teologales:
A. Fe
Número 307 del YouCat:
«La fe es la virtud por la que asentimos a Dios, reconocemos su verdad y nos vinculamos personalmente a Él.
La fe es el camino creado por Dios para acceder a la verdad, que es Dios mismo. Pues que Jesús es “el camino, la verdad y la vida (Jn 14, 6) esta fe no puede ser una mera actitud, una “credulidad” en cualquier cosa. Por un lado la fe no tiene contenidos claros, que la Iglesia confiesa en el Credo y que está encargada de custodiar. Quien acepta el don de la fe, quien por tanto quiere creer, confiesa esa fe mantenida fielmente a través de los tiempos y las culturas. Por otra parte, la fe consiste en la relación de confianza con Dios, con el corazón y la inteligencia, con todas las emociones. Porque la fe “actúa por el amor” (Gal 5, 6). Si alguien cree realmente en el Dios del amor lo demuestra no en sus proclamaciones, sin en sus actos de amor».
Reflexión:
Si alguien comenta que va a visitar Nepal, eso sólo puede significar una cosa: el Éverest. Su cima, el punto más alto del planeta, está situada en la cordillera del Himalaya. Desde tiempos lejanos ha atraído la atención de numerosas personas, aunque en realidad su altura no fue medida sino hasta mediados del siglo XIX por sir George Everest, de quien toma su nombre. Muchos intentaron llegar a su cúspide, hasta que en 1953 Edmund Hillary, agricultor de Nueva Zelanda, y Tenzing Norgay, sherpa de Nepal, patrocinados por la Royal Geographical Society y la Joint Himalayan Comitee of the Alpine Club, salieron desde el campamento número nueve situado a 8,503 metros de altura y, tras escalar el risco sureste y pasar el pico sur, conquistaron la cima cinco horas después de su partida. Pasaron quince minutos ahí tomando fotos y luego regresaron satisfechos de su proeza. Se habían encaramado al punto más alto de la tierra. Habían hecho historia.
Yo no he tenido la dicha de estar ahí arriba. Me considero muy hogareño, poco ávido de aventuras. Pero si no he tenido el coraje de estos héroes, ¿sería justo entonces rebajarme a la categoría de cobarde? No creo que llegue a tanto. Es más, conozco personas tan valientes como sir Edmund, pero que su aventura es mucho menos visible y aparatosa. A los alpinistas que escalaron el Éverest les requirió mucho sacrificio, no exento de dolor. Un padre al que se le muere un hijo de dieciocho años en un accidente de moto también debe armarse de coraje y confianza en Dios. Es un grado más interior del heroísmo en el sacrificio. Sir Edmund y Tenzing se negaron a sí mismos para alcanzar la gloria. Santa María Goretti, joven italiana de quince años que murió apuñalada por no querer manchar su pureza de cuerpo y alma, tuvo la valentía de decir “no” por un bien mayor. Tanto unos como otros necesitaron fuerza de voluntad. Los segundos, además, necesitaron de mucha fe para lograr su objetivo. En realidad son milagros vivos de fe y de valentía cristiana.
Dicen que la fe mueve montañas, cosa que me parece muy cómoda y fácil. Está hecha a la medida de gente que, como yo, está tranquilamente sentada en una silla mientras intrépidos como los escaladores del Everest arriesgan su vida en el intento. En realidad, la fe me sabe a más. Yo creo que la fe practica el alpinismo. No quita la montaña, sino que la escala, la analiza y la conquista. La fe, en definitiva, no nos quita los problemas, sino que nos ayuda a solucionarlos.
Ahí tienes la montaña del egoísmo, de la flaqueza y, por otro, la de la pureza bien cuidada, del cumplimiento fiel de las propias obligaciones. Encuentras a tu alrededor milagros cuando tienes fe. El milagro de subir montañas y no el de quitarlas de tu camino.
Es justo lo que nos explican Whitney Houston y Mariah Carey en su canción When you believe: los milagros existen y son obras de la gracia de Dios… y de la voluntad del hombre para colaborar.
B. Esperanza:
Número 308 del YouCat:
«La esperanza es la virtud por la que anhelamos, con fortaleza y constancia, aquello para lo que estamos en la tierra: para alabar y servir da Dios; aquello en lo que consiste nuestra verdadera felicidad: encontrar en Dios nuestra plenitud; y en donde está nuestra morada definitiva: Dios.
La esperanza es confianza en lo que Dios nos ha prometido en la Creación, en los profetas y especialmente en Jesucristo, aunque todavía no lo veamos. Para que podamos esperar con paciencia la verdad, se nos da el Espíritu Santo de Dios».
Reflexión:
Cuando una persona encuentra un sentido en su vida, es capaz de cualquier cosa. Esta es la certeza que nos da la esperanza: nos permite caminar por este valle de lágrimas que es la vida humana con certeza, «dar el salto a lo incierto y abandonarse totalmente en Dios» (San Agustín).
El Papa Benedicto XVI, en su encíclica Spe Salvi (n. 3) nos pone el ejemplo de una santa que puede ayudarnos a captar mejor qué significa esperar de una manera plena:
«El ejemplo de una santa de nuestro tiempo puede en cierta medida ayudarnos a entender lo que significa encontrar por primera vez y realmente a este Dios. Me refiero a la africana Josefina Bakhita, canonizada por el Papa Juan Pablo II. Nació aproximadamente en 1869 –ni ella misma sabía la fecha exacta– en Darfur, Sudán. Cuando tenía nueve años fue secuestrada por traficantes de esclavos, golpeada y vendida cinco veces en los mercados de Sudán. Terminó como esclava al servicio de la madre y la mujer de un general, donde cada día era azotada hasta sangrar; como consecuencia de ello le quedaron 144 cicatrices para el resto de su vida. Por fin, en 1882 fue comprada por un mercader italiano para el cónsul italiano Callisto Legnani que, ante el avance de los mahdistas, volvió a Italia. Aquí, después de los terribles “dueños” de los que había sido propiedad hasta aquel momento, Bakhita llegó a conocer un « dueño » totalmente diferente –que llamó “paron” en el dialecto veneciano que ahora había aprendido–, al Dios vivo, el Dios de Jesucristo. Hasta aquel momento sólo había conocido dueños que la despreciaban y maltrataban o, en el mejor de los casos, la consideraban una esclava útil. Ahora, por el contrario, oía decir que había un “Paron” por encima de todos los dueños, el Señor de todos los señores, y que este Señor es bueno, la bondad en persona. Se enteró de que este Señor también la conocía, que la había creado también a ella; más aún, que la quería. También ella era amada, y precisamente por el “Paron” supremo, ante el cual todos los demás no son más que míseros siervos. Ella era conocida y amada, y era esperada. Incluso más: este Dueño había afrontado personalmente el destino de ser maltratado y ahora la esperaba “a la derecha de Dios Padre”. En este momento tuvo “esperanza”; no sólo la pequeña esperanza de encontrar dueños menos crueles, sino la gran esperanza: yo soy definitivamente amada, suceda lo que suceda; este gran Amor me espera. Por eso mi vida es hermosa. A través del conocimiento de esta esperanza ella fue “redimida”, ya no se sentía esclava, sino hija libre de Dios. […] Así, cuando se quiso devolverla a Sudán, Bakhita se negó; no estaba dispuesta a que la separaran de nuevo de su “Paron”. El 9 de enero de 1890 recibió el Bautismo, la Confirmación y la primera Comunión de manos del Patriarca de Venecia».
Esta redención que Bakhita recibió es particularmente certera cuando la muerte toca la puerta de nuestra vida. ¿Qué nos podría suceder ante la partida de un ser querido si no esperásemos en Dios, si no viéramos que podemos verle después? Ésta es la esperanza que nos canta Carrie Underwood en su canción Temporary Home:
C. Caridad:
Número 310 del YouCat:
«La caridad es la virtud por la que nosotros, que hemos sido amados primero por Dios, nos podemos entregar a Dios para unirnos a él y podemos aceptar a los demás, por amor a Dios, tan incondicional y cordialmente como nos aceptamos a nosotros mismos.
Jesús coloca la caridad por encima de todas las leyes, sin abolirlas por ello. Con razón por tanto dice San Agustín: “Ama y haz lo que quieras”. Lo que no es tan fácil como parece. Por ello la caridad es la mayor de las virtudes, la energía que anima a las demás y las llena de vida divina».
Reflexión:
Leí esta frase de José María Escrivá de Balaguer: «Un hombre vale lo que vale su corazón». Me pareció un perfecto resumen de la vida humana. Porque es el amor lo que describe a un hombre. Dime cómo amas y te diré quién eres. ¿Te amas más a ti mismo? Eres un egoísta. ¿Amas las cosas materiales por encima de las personas? Eres un pobre ser humano. ¿Amas el deber de tus responsabilidades, pero las haces fríamente? Eres un triste ser humano. ¿Amas a Dios y a los demás con sinceridad? Eres auténticamente ser humano.
¿Cómo es tu corazón? Una pregunta que debe tener un preámbulo: ¿te sientes amado por alguien? Porque muchas veces es por ahí en donde debemos empezar: ser lo verdaderamente humildes para aceptar el amor de otra persona; de otra Persona, como Dios. No será hasta que realmente experimentemos en carne propia que Dios nos ama cuando podamos amarle a Él después.
Y aquí es donde empiezan los problemas: ¿cómo experimento este amor? Pueden haber muchos caminos. Bastaría hacer una lista y comprobar cuánto nos ha regalado: el habernos creado (y sin necesidad de hacerlo), la familia que me dio, mi salud, mis amigos, mis cualidades y defectos, etc. Todo es un don. Y, sobre todo, el permitirme que, después de esta vida (en donde puedo ya probar la felicidad) en la otra podré disfrutar POR TODA LA ETERNIDAD de Él y de su amor, siendo plena y totalmente feliz. ¿No bastaría esto para estar agradecidos y experimentar su amor?
Y claro, cuando uno constata tanto don, busca convertir su vida en un continuo «gracias» y lo hace de manera muy práctica, en la vida ordinaria. Y así, cada tentación o dificultad, se convierte en una oportunidad que tengo para manifestarle a Dios todo mi amor y cariño.
Para ayudarnos a palpar más plásticamente el amor de Dios, les dejo este video de Dick Hoyt, un padre de familia que corre un triatlón con su hijo discapacitado, Rick, para demostrarle su camino. Así –y mucho más– nos ama Dios. La canción original es de Juan Luis Guerra:
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