Páginas

miércoles, 10 de agosto de 2011

Mis pequeños maestros de 9 y 10 años: tres lecciones después de un campamento de verano




En la primera quincena de julio estuve totalmente desconectado del mundo real y virtual. ¿Que dónde estaba? Pues tuve la oportunidad de estar como director de un campamento con 55 niños españoles entre 9 y 11 años. Fue una experiencia maravillosa y refrescante. Además de disfrutar de cada una de las actividades con ellos durante esos días en medio del hermoso paraje de la Sierra de Gredos (Ávila), pude volver a comprobar que los niños llegan a ser maestros de vida con sus comentarios y acciones cargados de inocencia. Regresé a Roma con muchas lecciones a mis espaldas de las que quisiera ahora, si me permiten, compartir tres con todos ustedes; aquellas que me parecieron especialmente emocionantes.

1. La humildad:
De entre las actividades que teníamos, los juegos nocturnos ocupaban los primeros puestos en las listas de popularidad. La obscuridad produce en los niños esa extraña fascinación que da lo desconocido y lo misterioso.

Una noche concreta íbamos a jugar Stratego viviente, en donde unos eran generales, otros dragones, otros soldados o demás personajes, cada cual más impresionante para los ojos infantiles. Formamos dos filas, una por cada equipo que participaría. Un joven repartía las tarjetas de un equipo y yo las del otro. En un momento dado, le tocó el turno a Guille, un niño que ya conocía antes del campamento y que me dijo: «Padre, usted y yo somos amigos, así que me dará una muy buena tarjeta, ¿verdad?». Le miré, tomé una de las peores tarjetas y se la di. «¿Esto a mí?», me preguntó entre indignado y confuso. Cuando se dio cuenta que no me iba a sacar nada más, bajó la cabeza, asintió y se fue.

¿Cruel? En realidad quería darle una lección al chico. Y cuál no fue mi sorpresa cuando cinco minutos después llegó a mi lado y me dijo: «Padre, muchas gracias por esto». Y se marchó con una sonrisa en los labios para seguir jugando. Un chico de 10 años que sabe aceptar con humildad lo que le da la vida y sacarle el mejor partido.

2. Amistad:
Los peores días del campamento son siempre el cuarto, el quinto y el sexto. Los tenemos ya calendarizados como “días con mamitis”. Es algo curioso. Empiezan entusiasmados los primeros tres días pero, al llegar el día número cuatro, a los niños se les enciende una especie de alarma, como si tuviesen un chip instalado y recuerdan que llevan cuatro días sin ver a sus padres. Y desde ese momento todo les duele: la cabeza, el estómago, el diente, … incluso el hígado, como me dijo un niño este año.

Y en estos momentos de especial dificultad para mis pequeños profesores, salen a relucir muchas de sus mejores cualidades. Uno me vino llorando por el típico dolor de cabeza y hablé rápidamente con él, sin darle mucha importancia. A los pocos minutos, otro vino con el dolor de estómago más grande que ningún ser humano haya podido tener en el planeta. Pero cuando iba a empezar a hablarle, el del dolor de cabeza se le acercó y le dijo: «Venga, que lo que te pasa es que extrañas a tus padres. Es lo mismo que me pasa a mí. Vamos a jugar y verás cómo se nos quita todo». Ese día le daba a ese niño el título de medicina y le erigía un monumento al amigo que sabe estar ahí incluso cuando uno se siente fatal.

3. Fe:
El trato de los niños con Dios es una lección continua. Podría pasar el día contando anécdotas y anécdotas. Me permito sólo dos que pueden ilustrar mucho, una del campamento del año pasado y otra de este año.

Número 1: Uno de los personajes clave del campamento era el Caballero Negro (sin confundirlo con Batman, por favor, que es Caballero Oscuro). El susodicho es un personaje que se dedica a fastidiar durante los quince días con el desorden, los sustos y demás obras típicas de todo individuo de esa calaña. En la tarde de la acción que nos interesa, el Caballero Negro había desordenado las cabañas de los niños. Alguien llegó gritando: «¡El Caballero Negro ha entrado en las cabañas y ha desordenado la tienda número 1!».

Nota informativa para los lectores: cada cabaña tiene un número y la tienda 1 es una capillita que tenemos instalada en donde está un Sagrario, de manera que Jesús está “acampado” con los niños, siendo un miembro más del campamento. Cierro el paréntesis.

Nico, un chico vivaz y entusiasta, me miró con los ojos llenos de terror: «El muy sinvergüenza ha entrado en la tienda de Jesús». Y salió corriendo para asistir a su Amigo. A los pocos minutos regresaba, con el alivio dibujado en el rostro: «¡Menos mal que se equivocaron! No era la tienda de Jesús, sino la primera de los niños. A Jesús no le ha pasado nada».

¿Conclusiones, por favor?

Número 2: A mediodía después de la comida, y mientras los niños hacen la digestión y pasan las horas fuertes de calor, tenemos lo que llamamos talleres. Dicha actividad consiste en obras manuales como hacer figuras con arcilla, pintar camisetas, etcétera. Uno de ésos trataba de realizar el periódico del día, en donde se cuentan las noticias más importantes y se incluyen algunas entrevistas. El día que nos incumbe, me pidieron a mí un diálogo como director del campamento.

Las preguntas no se hicieron esperar: ¿dónde nació?, ¿cómo se llaman sus padres?, ¿cuándo entró al seminario? Uno de ellos, Beltrán, me miró con esos ojos inquisidores que muchas veces ponen los niños y me preguntó: «¿Qué se siente ser sacerdote, padre?». Yo respondí con la verdad: es una gran responsabilidad y una alegría enorme, pues das a las personas lo más importante que es a Cristo mismo. Mi interrogador no se dio por vencido y volvió a la carga: «Pero, ¿se da cuenta de lo que es tener a Jesús en sus manos, padre? Es que debe ser una cosa muy fuerte…». ¡Fue una bofetada de guante blanco! Y claro que me doy cuenta… pero es que por un momento quise tener los ojos de Beltrán y mirar con ellos la Eucaristía cuando la tuviese en mis manos después de la consagración.

A modo de conclusión

Decía al inicio de estas líneas que estuve fuera del mundo real. Les pido disculpas por haberles engañado. En realidad, estuve viviendo en el mundo real; ése que todos quisiéramos tener y con el cual los niños de hoy sueñan. Y aunque acabé agotado después de esas dos semanas, tengo que decir que ya echo de menos a mis pequeños y queridos profesores.

Ah, y por cierto, les comparto un video que hicimos con ellos durante esos días; espero que les guste.

1 comentario:

  1. Gracias por compartir este video tan divertido. Se puede ver que los chicos disfrutaron su participación y la "producción" quedó de primera.
    Y el final, de lujo; nuestra hermosisima Señora acompañando y cuidando de todos sus niños -pequeños y no tanto-.

    ResponderEliminar