sábado, 30 de abril de 2011

Gracias a las sombras

De todos los cuentos infantiles, el de Peter Pan se lleva un puesto de honor. Todo el relato emociona, como aquel momento emblemático de la persecución del niño de Nunca Jamás a su sombra. Una búsqueda de enormes esfuerzos que acaba en una pelea de esa sombra huidiza con su “soberano”. Sólo al final, Wendy consigue coserla a los pies de Peter, dejándola así aprisionada.

Miren por dónde, a nuestro queridísimo Juan Pablo II, mañana beato, le sucedió algo parecido, pero al revés. Una sombra le acompañó, atándosele en todo momento; de modo especial en sus últimos días.

jueves, 28 de abril de 2011

Fidelidad antinatural

El grupo sevillano Siempre Así  dice en una de sus melodías que “hay abuelos que se quieren y su amor es todo lo que tienen” y me parece que es una gran verdad. Lo único que les queda de aquellos años de juventud se cimienta en ese quererse continuo y correspondido, cargado de ternura. Conozco innumerables testimonios en esta línea.

martes, 26 de abril de 2011

Orgulloso de usar muletas

Hace tiempo entrevistaron a Woody Allen, ese director de cine mitad genio, mitad desconsiderado. En medio de su presentación, alguien le preguntó por qué hacía películas; qué le movía a llevar a la pantalla cada una de las historias que tan admirablemente representaba.

Él respondió con esa expresión melancólica que siempre tiene dibujada en el rostro: «Para distraerme. No quiero pensar en mi vida, sino que las películas me hagan olvidarme que estoy vivo y que el tiempo pasa». Después añadió algo que impresionó a todos: «No soy creyente, pero cuánto envidio a los que creen. Tienen algo en qué apoyarse».

Diferencias que importan

Entre Luis y Curro existen diferencias evidentes. Nadie con un poco de sentido común los podría poner en el mismo nivel de importancia. Cada uno lleva su propio estilo de vida y ninguno de los dos sería capaz de llevar a cabo empresas del otro. Son, lo que se dice, antagónicos.

El mito japonés

Durante mi adolescencia existía lo que nosotros llamábamos el mito japonés. Dicha leyenda consistía en la creencia de que Japón era el país más triste del mundo, gracias a la fuerte caída de la religión entre sus habitantes tras la desgracia atómica de la Segunda Guerra Mundial. Y para mis ojos juveniles de púbero recién salido del cascarón ir a ese país me parecía un sinónimo de la antesala del infierno.